Cuba Tierra de la Melancolía
por Jamis MacNiven, El Gran Jefe de §Buck’s of Woodside

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En 1957 Fidel Castro, Che Guevara y ochenta hombres Yate Granmamas salieron de México en el Granma, un yate de 70 piés donado por un simpatisante, y fueron a Cuba a comenzar la Revolución. Hoy, el Granma está puesto en un sarcófago de paredes de cristal en un museo al aire abierto, acompañado de otros símbolos como el Fast Delivery“Fast Delivery,” una furgoneta roja, repleta de balazos, y unos pedazos de un U2, un avión espía Americano. Le tomé una foto al guardia, solitario, con su boina roja. El me saludó con la mano.


Parado allí en lo que era el patio del palacio de Batista mirando al Granma, casí lloré por el pueblo de Cuba que también está encerrado en su propio sarcófago de cristal, separado del resto del mundo y sobre todo de los Estados Unidos.

Imagínese ir volando por encima de Cuba, a más de 10,000 piés de altura y aún así poder ver claramente algunos de los problemas de esta nación. Desde esa altura se puede ver una carretera de seis carrileras que vá a todo lo largo de la isla. También se pueden ver puntos de salida de la carretera, con una de las salidas dando a una ciénaga y la otra a un cañaveral.

Desde Jamaica, nuestra primera parada fué en Varadero, como a cién millas de la Habana, y según nos acercabamos los edificios parecían más y más como ruinas antiguas. Sería mentira decir que la pintura se les estaba callendo. En realidad, a esos edificios no les queda nada de pintura, y se ven como de concreto, manchado por el tiempo y el descuido. El aeropuerto exhibía a un lado un helicóptero de ataque Cobra y al otro aeroplanos de más de50 años. Que facha. A los pocos minutos llegabamos a la Habana (y no a Havana como dicen los de habla inglesa). Pasamos sin problema alguno y salimos al pleno sol, al frente del aeropuerto. Según habiamos sidos advertidos, notamos que la mayoría de las máquinas eran Americanas, de los años cincuenta. Las han arreglado mas o menos, y las han pintado del color que se encuentre al momento. Pero no espere venir aquí a coleccionar antigüedades, a no ser que Ud coleccione aboyaduras. También habian máquinas Ladas (rusas) y otras máquinas Japonesas mas modernas. Las guaguas para el pueblo són camiones con cajas de empaque de metal con ventanas hechas e instaladas a mano.

Nosotros nos montamos en nuestra guagua, con aire acondicionado y sillas comodísimas como para estrellas de cine, y así llegamos al Hotel Plaza en el mismo centro de la ciudad. Pasamos por lo que habia sido un barrio importante pero hoy en dia consiste de mansiones decrépitas con tela-de-alambre alrededor de las varandas para enjaular gallinas, fuentes rotas y jardines tropicales convertidos en malezas. Todas las casas eran de porte elegante y lujosas y a través de milla y media de ellas mis ojos se abrieron más y más según veía más y más casas de este estilo. Yo nunca había visto tantas mansiones juntas como las que ví aquel día en la Habana.

Paramos en varios hoteles y al fin my amigo, Josh Shade, El Viajante Intrépide, y yo nos bajamos de la guagua. Nos llevaron de carrera a la Plaza y al fin a nuestros cuartos en el tercer piso en un edificio de cinco pisos. Renovada, pero de forma barata, la Plaza no atrae a muchas gentes y estaba vacía. De más de 100 cuartos me parecioó que 10 de ellos estaban ocupado, si acaso. My cuarto estaba agradable, con su colección de botellitas de cremas y jabones al estilo del Hilton, pero sin presión de agua en las llaves. En realidad no se podia uno quejar porque esto era lo mejor posible que se podía esperar.

Sabiamos de antemanos que no iba a haber muchos restaurantes pero salimos a la calle dispuestos a encontrar uno. Ya quisieramos. A una cuadra del hotel se nos arrimaron cinco veces muchachas protitutas, bonitas y muy jóvenes. Otros nos ofrecieron tabacos y ron cubano del mercado negro, pero según nos alejamos del hotel se fueron acabando los traficantes callejeros. A no ser que fuera ilegal, nadie tenía nada de vender. Vimos unas tiendas pero les habian quitado casi todos los estantes y los que quedaban tenian como diez o quince artículos sin ton ni son. No quiero decir diez tipos de artículos. Hablo de lo suficiente para llenar un cartucho, si hubieran cartuchos, que tampoco tenian. En esta ciudad no hay graffiti, ni papeles tirados en las calles, ni contaminación en el aire. Pero eso es porque no hay pintura, ni papel, y casi no hay gasolina.

Pasamos por restaurancito - y pensamos, ¿cena? Pero no había ni una mesa vacía. Había como cincuenta personas ocupando cada una de las sillas. Y entonces nos dimos cuenta de que nadie tenía nada delante. Ni café, ni comida, ni aún conversación. Estaban todos sentados en silencio mirando en la distancia.

La arquitectura de la ciudad es una mezcla de neoclásico y rococó de la era colonial. Hay gente viviendo en lo que eran tiendas en lo que habian sido calles elegantes. A través de una puerta entreabierta ví a tres niños en cueros en un sofá desbaratado mirando al programa Miami Vice en la televisión. Al frente de un templo Romano impresionante habian dos hombres sacando agua de la alcantarilla al nivel de la calle porque el agua no llegaba a los pisos de arriba, lo mismo que la electricidad. Esta escena me dió la impresión de que así estarian las cosas en Roma depues de la caída. En los años cincuenta la Habana era el punto: mucha elegancia, muchas estrellas de cine y mucho dinero. Eso a cuesta de los Cubanos, porque bajo Batista había mucha corrupción, los negocios de EEUU controlaban la economía y hasta hambre había. Fidel trajo un tipo de prosperidad y aún hoy en día se mantiene la medicina, las creches de niños y la educación. El pueblo tiene donde vivir y cupones para comida pero aún entonces no hay manera de conseguir un plomero porque al del gobierno le pagan el equivalente de 15 a 20 dolares al mes [en pesos] en un país donde un refresco cuesta $0.75 [en dolares]. El plomero prefiere que le pagen $50 dolares de verdad al día en el mercado negro y por eso nuestro plomero y millones de otros “empleados” del govierno no se aplican a sus trabajos. Es una ironía contundente de que hoy en día sea el dolar Americano la moneda oficial del mercado negro en Cuba. Dos años atrás lo hubieran hechado a uno a la cárcel si lo hubieran cojido traficando con dolares, pero el aprieto de hoy en día ha cambiado la cosa.

Resultó que Josh y yo hicimos amistad con un profesor Madrileño y un muchacho Habanero de 20 años llamado Juán Carlos, bailarín de ballet. Juán nos llevó a muchas parte de su ciudad, desde el Muséo Nacional hasta el Hotel Nacional. Los Cubanos parecen estar muy orgullosos de este hotel porque de una manera u otra fuimos a parar en él tres veces en un día. El bar del Hotel Nacional tenía fotos de los años cuarenta y cincuenta - fotos de Tyrone, Frank y Ava, Errol Flynn, y también tenía dos pianos de gala rusos. Todo muy magnífico pero sin un alma.

Juán nos llevó a La Bodeguita, un restaurante-y-bar donde los clientes han escrito sus nombres en las paredes por mas de cincuenta años. Añadimos los nuestros a nombres de todas parte del mundo. En la Bodeguita se oía todo tipo de lenguage: castellano de España, inglés, alemán, francés, y hasta canadiense. La comida era cubana aunténtica y lo que andabamos buscando: frijoles negros, pollo, arroz, plátanos fritos y puerco asado. De allí fuimos al muelle, y enseguida se nos occurió de que cada barco representaba la posibilidad de escape. Josh y yo hablamos de buscar un bote de pesca para salir de vuelta al mar, pero descubrimos de que no quedan botes. Los pescadores se fueron en sus botes hace mucho tiempo. Yo ni pregunté por el yacht club. El único yate que queda en Cuba es el Granma y no creo que me lo presten.

Desde El Morro la Habana se veía muy linda, pero en realidad no es mas que una sombra de lo fué y se hace menos cada día. La gente todavía tratan a Castro como al querido héroe de la Revolución. Pero es como un abuelo anciano y chocho que se afinca a seguir como jéfe de familia cuando ya no debe.

Una de las escenas mas conmovedora de nuestra visita tuvo sitio en el restaurant del hotel. Una mujer que habia estado tocando el piano en el bar entró al comedor con sus tres hijas. La madre tocaba el acordión y cada de las muchachas tocaba otro instrumento. Vinieron a nuestra mesa y empezaron a cantar canciones típicas cubanas. Quizás fuera mi imaginación, pero yo sentí que cantaban con mucha mas emoción que lo que merecían las canciones. Como éramos los únicos en el comedor (en un Viernes, a las ocho de la noche), eramos su audiencia cautiva, y si no fuera porque fingimos dormirnos hubieran seguido tocando infinitamente. Al día siguiente, a unas cuantas millas del hotel, ví a la madre del grupo musical en una parada de guaguas mirando sin ver a su Habana.

De salida de Cuba un oficial de inmigración cubano nos interrogó severamente preguntandome de mi trabajo, mi dirección, y muchas otras preguntas que parecian no tener sentido. En realidad, quería oirme hablar para asegurarse de que yo no era Cubano. La última pregunta resulto tener mucho significado. “¿Por qué ha venido Ud a Cuba?” me preguntó. Yo lo pensé un poco y le dije, “He venido para ver las cosas por mi mismo y como buén vecino. Yo espero que Ud pueda venir a visitar a los EEUU pronto.” Me miró, sin dar nada a revelar, y yo pasé de vuelta a mi mundo.


First published in the back page of Buck’s Woodside Menu, Vol 4, No 3, Winter 1995